Quizá es algo que yo misma hacía cuando vivía en la ciudad, y que no me permitía fijarme en que los almendros de esa calle ya habían florecido, o que empezaban a salir lirios en el jardín de enfrente.
Ahora sí me fijo en esas cosas, quizá porque la vida en el pueblo me ha enseñado más a pensar en el AQUÍ y el AHORA.
Sinceramente, aunque los inviernos sean duros y se hagan largos, creo que he ganado en salud mental y en general, en calidad de vida.
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